Sí, lo he visto suceder...
Permítanme ponerlos en mi lugar, en el terreno: Estamos en un país donde todo acaba de estallar. Hay bombardeos en las calles, y ustedes intentan comprender lo que queda de los protocolos de seguridad. De repente, un colega —llamémosle Tom— recibe un impacto. No una bala perdida, sino algo mucho menos cinematográfico: un techo derrumbado, un coche destrozado, una mala caída mientras corre a refugiarse. Tom está agonizando, y la clínica local está desbordada y con pocos recursos.
Necesita salir, rápido.
Hacemos lo que tenemos que hacer: llamamos a la compañía de seguros. Todos tenemos esa tarjeta en la cartera, la que se supone que es nuestro salvavidas. Pero cuando describimos la situación —la zona de guerra, el colapso de la infraestructura, el hecho de que Tom es periodista, no turista— hay una pausa. Luego, las palabras que cortan como un cuchillo: «Lo siento, pero su póliza no cubre este tipo de incidente». ¿El motivo? La zona es de «demasiado alto riesgo». La lesión «no es elegible» debido a «actos de guerra» o porque ya existían «avisos de viaje del gobierno». Las exclusiones, ocultas en la letra pequeña, se tragan la promesa de protección.
He visto cómo el rostro de Tom cambiaba de la esperanza al pánico. Luego a algo peor: la resignación. Eso es lo más difícil. La lucha se le va agotando. Sus amigos, sus colegas, nosotros nos movilizamos: llamando a embajadas, ONG, a cualquiera que pudiera ayudar. A veces funciona. A menudo, no. Ahí es cuando te das cuenta del verdadero coste de un seguro que no fue diseñado para el mundo en el que vivimos.
Lo que se siente
Este momento te produce un aislamiento particular. Estás rodeado de gente, pero estás solo. El sistema —al que pagaste, al que confiaste para que te protegiera— te ha dado la espalda. No se trata solo de dinero ni de logística. Se trata de dignidad. Te recuerdan, brutalmente, que, para tu aseguradora, eres una estadística, no una persona.
He escuchado a colegas por teléfono satelital, con las voces entrecortadas por el miedo y la frustración, discutiendo con personal de un centro de llamadas a medio mundo de distancia. Nos he visto juntando dinero para pagar una evacuación privada, porque la compañía de seguros no cede. Y he estado sentado junto a las camas de los pacientes en hospitales de mala muerte, escuchando los gemidos de quienes no reciben tratamiento, preguntándome si podría haber sido diferente con la cobertura adecuada.
La dura verdad
Esto no es raro. Es rutina. El seguro estándar no fue diseñado para zonas de guerra. No fue diseñado para periodistas, trabajadores humanitarios ni para nadie que se gana la vida en el caos. Cuando más necesitas ayuda, es cuando descubres lo frágil que es tu red de seguridad.
Es algo en lo que pensar
Si se adentra en entornos hostiles, ya sea por primera vez o por centésima vez, no cometa el error que he visto cometer a demasiados colegas. No dé por sentado que su seguro estará ahí cuando lo necesite. Lea la póliza. Haga las preguntas difíciles. Exija claridad. Y si se toma en serio su seguridad, busque una cobertura especializada. Hay organizaciones, como NGS, que comprenden los riesgos que corremos y están preparadas para responder cuando todo sale mal.
No espere hasta ser usted quien esté al teléfono y escuchar “Lo siento, no podemos ayudarlo”. Asegúrese de que su red de seguridad sea real, no una ilusión.
Nota del editor:
Todos los nombres y ubicaciones fueron redactados por razones de seguridad.
Diálogo elaborado a partir de una conversación con un cliente en otoño de 2024